lunes, 18 de agosto de 2008

"Funny Games U.S."



Hace ya bastante tiempo que reflexiono hacia donde se mueve el mundo occidental movido por las nuevas formas de comunicación, qué sucederá cuando el Gran Jefe que se esconde tras las pantallas de nuestros ordenadores apriete el botón de apagado y desaparezca Internet. Pero lo que más me perturba hoy en día es qué estamos haciendo con esta herramienta que apenas logramos entender: un ciudadano tiene un segundo trabajo apenas remunerado de periodista cuando al salir del trabajo relata su cotidianeidad en su blog personal, los periodistas profesionales escapan de las cadenas que esclavizan sus teclados dentro de las grandes empresas de comunicación escribiendo lo que no pudieron decir en sus blogs personales... A todos nos contaron que esto era el futuro, pero ahora que lo tenemos presente. ¿Qué podemos hacer para luchar contra la sociedad del Gran Público? Haneke tiene una solución: intentar atraer al Gran Público hacia su obra.

Y es que por muchos es conocida la perturbadora obra de Micheal Haneke, sus retorcidos montajes, planos puramente emotivos en momentos de máxima tensión, sus planos que cuanto más avanza el film son cada vez más cerrados dejándonos únicamente como escapatoria la puerta de la sala de cine. Pero lo que me ha llevado a, por un día, permitirme la libertad de escribir una crítica más rápida, más hablada, menos académica... en definitiva, más "bloguera", ha sido la cantidad de críticas vacías que he podido leer sobre su "última obra" en internet. Me explicaré.



Casi todo el mundo ha comentado que se trata de la mejor obra de Haneke, a pesar de tratarse de un remake que copia plano por plano su obra austríaca estrenada diez años antes, la mayoría de ellos comenta que ni siquiera vió la original y que se basan en otros artículos que han leído para comentar este hecho. ¡Increíble!

Todas las críticas que he leído se centran también en la calidad de las interpretaciones, tanto de Tim Roth como de Naomi Watts. Estoy totalmente de acuerdo, pero teniendo en cuenta que se trata de un remake en el que no se ha variado ni una coma del guión, creo que el acierto es a la hora de la elección del reparto. Y no menospreciaría los papeles de Micheal Pitt ni de Brady Corbet encarnando a esos vecinos con más educación que moral. Pero se nos olvida uno de los personajes que más hacen conectar con el público (para bien o para mal), el del hijo del matrimonio, Georgie, encarnado por Devon Gearhart.



A pesar de que en Europa no le conozcamos mucho, Devon Gearhart tenía en sus espaldas cuando fue elegido para el papel de Georgie cinco películas en los Estados Unidos, un telefilm, había aparecido en un episodio de Weeds y había locutado la película que en España conocimos como Un entrenador genial. ¡Vaya!, parece que Haneke no arriesgó nada en la elección de los actores...

Ahora bien, de la veintena de reseñas que he leído en los blogs NADIE ha hablado en ningún momento de el leifmotiv de Haneke para hacer esta película. Quizá debamos empatizar un poco con la labor de un director en un rodaje: tras una media de ocho meses escribiendo, estructurando, revisando y versionando el guión se consigue el guión definitivo; después de esto vienen semanas de planificaciones de medios y personal para pasarse unas cuantas semanas (la mayoría de las veces meses) para rodar plano a plano de la manera que ordena una persona (en este caso Haneke). Son los momentos más duros de una producción, momentos en los que el grueso del trabajo está realizado y sólo falta materializarlo y mandarlo a positivar. Pero siempre en la mente de los que están al mando ronda la idea de que un esguince, una gripe, un seguro precario o cualquier impedimento pueden retrasar e incluso impedir que se acabe la película.



Entonces, después de haber pasado por eso, ¿porqué volver a repetirlo? ¿Sólo por cambiar los actores? ¿Porqué no cambiar nada? Pues bien, recordemos que en los Estados Unidos el cine extranjero con subtítulos queda relegado a festivales de cine de autor, frikis del cine de Bollywood, de Europa y Oriente Medio. La mayoría de la gente no acude a los cines a leer, teniendo una industria como la americana que produce unas 400 películas al año para mercado tanto interno como externo (sólo es superado por la India, Filipinas y China, siendo ésta la única que consigue exportar alguna que otra película al mercado global gracias a festivales).

Llegados a este punto podemos concluir que se trata más de una campaña publicitaria de Haneke que de una obra de arte: logra llegar a más países y sobre todo a más expectadores gracias a su proyección en las grandes macrosalas americanas. Y si encima contamos con países como España, donde se tiende por inercia a doblar todo lo que huele a éxito en América, parece que las arcas de Haneke crecerían de forma desorbitada.

Hay que añadir, por otra parte, que plagiar a otro autor cuesta dinero, el dinero que vale comprar los derechos de autor. Copiar de la propia experiencia lo que te ha funcionado anteriormente para muchos son detalles de autoría (quien haya visto, por ejemplo, La pianista sabrá que los rasgos autorales de Haneke tienen que ver siempre con la sociedad actual, el miedo a ser atacado en su domicilio, la violencia casi explícita y la realización clásica con detalles postmodernos). Pero plagiarse a uno mismo es mucho mejor, se ahorran esfuerzos, se consigue público y encima ¡es gratis!.



Así que finalmente nos encontramos con una película que nos intenta hablar de la sed de violencia que el espectador actual muestra ante un visionado en la sala de cine, con planos que no nos dejan más que imaginarnos lo que va a suceder, una realización que no nos permite pensar que ha sucedido algo que no haya sucedido y todo ello para promocionar la obra anterior de un director austríaco con una carrera de casi veinte años desconocido por el Gran Público. Aunque para ello el espectador sea atemorizado, atacado y vilipendiado en la sala de cine o en su propia casa. La pregunta ya no es si Haneke marcará estilo y grandes directores conocidos buscarán el prestigio que solamente otorgan los americanos, sino ¿qué hemos hecho con y por el séptimo arte los espectadores?

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