Puede que no haya otra película dentro de la inmensa producción de John Ford más poética a la hora de reflejar la modesta vida de las gentes del Oeste. Quizá no haya un western más maduro tratando el tema de la nación americana, con una escenografía tan milimétricamente detallada. Pero de lo que estoy seguro es de que no he visto una película con James Stewart más divertida que ésta. Y al que no esté de acuerdo conmigo John Wayne le dará un puntapié en la cara.
Nos encontramos ante una película de una calidad en la factura extraordinaria: la fotografía utiliza profundidades y perspectivas casi barrocas, con detalles que solamente a alguien que ama el Western y lleva ejercitándolo décadas se le ocurrirían introducir. Pongamos un ejemplo.
Situémonos en la escena de la cantina donde, entre otros, Liberty Valance está jugando al póquer. De repente algo llama la atención en el espectador, la sombra de Valance no se mueve de acuerdo con su cuerpo. ¿Una ilusión óptica? ¿Un error? Alguien como Ford, que comienza a trabajar cuando el cine es aún mudo, no dejaría que se le pasara un fallo como este. Pero no es un fallo, porque segundos después se revela ante la perspectiva del espectador el verdadero propietario de esa sombra, que juega al póquer unas mesas más al fondo. Misterio resuelto.
Por otra parte, el contenido sociopolítico de la cinta nos presenta, como ya dije, la visión más madura sobre
Cuando los hechos se convierten en leyenda, no es bueno escribir sobre ellos. Así que ya saben, es mejor que proyecten esta leyenda en sus casas y así averiguarán quién es el hombre que disparó a Liberty Valance.
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